GOODYEAR, Arizona - Cada vez que
José Ramírez visita su pueblo natal de Baní, en la República Dominicana, usualmente es recibido por un grupo concurrido de pequeñines, sus más fervientes y fieles seguidores. Mientras Ramírez camina por las calles de tierra en las que creció, y los vecinos vocean su nombre, los niños lo siguen a donde quiera que él vaya.
A Ramírez le gusta que los niños de Baní lo vean como un ejemplo a seguir. El propio José fue uno de ellos. De pequeño le dijeron que estaba demasiado diminuto para jugar al béisbol, aun cuando ya jugaba béisbol llanero con jovencitos mayores que él. Ramírez siempre creyó en sí mismo, y ahora es vivo ejemplo de que la estatura no es impedimento para brillar en el mejor béisbol del mundo.
"Es un gran ejemplo para ellos", expresó Ramírez el fin de semana. "Jugué en ese mismo campo, y los entrenadores de esos jovencitos podrán decir siempre, 'Miren, ahí está
José Ramírez. Él también jugó aquí'. Entonces, es un gran ejemplo para todos esos pequeños".
A Ramírez se le preguntó si los pequeños trataban de imitar su presumido trote tras conectar un cuadrangular.
El dominicano sonrió.
"Sí, muchos de ellos tienen estilo", respondió.
Ramírez disfrutó de una temporada revelación en 2016, pero fue el año pasado cuando el dominicano se consolidó como uno de los bateadores más temibles de la Liga Americana con los Indios.
En 2017, Ramirez bateó .318 con porcentaje de embasarse de .374 y slugging de .583. También impuso una marca personal con 29 jonrones, encabezó las Mayores con 56 dobles y quedó empatado en el liderato de Grandes Ligas con 91 extrabases. Ramírez se estafó 17 bases, empujó 83 carreras y anotó 107. Su OPS (porcentaje de embasarse más slugging) de .957 quedó empatado en el tercer lugar de la Liga Americana con el venezolano y JMV del circuito, José Altuve, de los Astros. También fue el tercera base titular de la Liga Americana para el Juego de
Estrellas del 2017.
Ramírez afirma que ha dejado el 2017 en el pasado.
El cañonero podría decir que ya no le importa, pero a quienes sí les importa es a los jovencitos de su pueblo natal.
"Cada vez que me ven", relata el bateador ambidiestro, "enloquecen".
Ramírez pasó de jugar "vitilla" - juego en el que utilizan las tapas plásticas de los botellones de agua como pelotas y palos de madera como bates - en la República Dominicana de niño al estrellato en las Grandes Ligas. Sus detractores han desaparecido.
"Es una gran historia", dijo el piloto de los Indios, Terry Francona. "Estoy seguro que, para José, probablemente en ocasiones le sucede algo así como, 'Pellízquenme'. En lo que al juego se refiere, el muchacho sabe hasta dónde ha llegado".
Cuando no se encontraba de visita con su abuela, o descansando en su elegante casa que le compró a su madre, Ramírez estaba entrenando en el Estadio Luis María Herrera en Bani. Decenas de pequeñines se reunían en los árboles detrás de la cerca para atrapar sus largos batazos, o lo observaban desde las gradas de cemento mientras golpeaba un neumático gigante con el bate.
Para esta temporada, parece que Ramírez se dirige a regresar a la intermedia, posición en la que terminó jugando el año pasado. Dicho lo anterior, Cleveland sabe que sería fácil trasladar a Ramírez a la antesala si dicha maniobra tiene más sentido para la construcción del roster. De cualquier manera, los Indios confían en que Ramírez exhibirá una defensa por encima del promedio, y que moverlo de una posición a otra no afectará su desempeño en la caja de bateo.
"Sólo deseo seguir jugando", exclamó, "y seguir trabajando duro para dar siempre lo mejor de mí".